Test de integración sensorial ¡averigua!

Aprender con amor III.

En el laboratorio que dirige Patricia Kuhl en la Universidad de Washington se estudia la actividad cerebral de bebés menores de un año con un magnetoencefalógrafo, que mide el campo magnético que rodea el cráneo del bebé para revelar el patrón de activación neuronal.

Foto: Lynn Johnson

 

EL CEREBRO INFANTIL NECESITA AMOR PARA DESARROLLARSE.

Lo que nos sucede en nuestro primer año de vida es determinante…

El papel de la estimulación en el Desarrollo Infantil, es evidente si hablamos de la visión , pero si observamos la capacidad lingüística, se evidencia aun mas, que Naturaleza y Crianza se confabulan para su desarrollo. Además, los últimos avances nos demuestran que no hay una linealidad cronológica y tipológica (del aprendizaje), tan estricta como pensábamos; demostrándose en los últimos estudios, que los niños aprenden desde el minuto uno de la vida y que esta estimulación temprana marcará mucho su desarrollo. 

PARTE 3

Que naturaleza y crianza se dan cita para configurar el cerebro no podría quedar más patente que en el desarrollo de la capacidad lingüística. ¿Hasta qué punto el lenguaje viene «de fábrica», y cómo adquieren los bebés la parte restante? Para averiguar qué respuestas ofrece la ciencia a estas preguntas me entrevisto con Judit Gervain, neurocientífica cognitiva de la Universidad París Descartes que está preparando un experimento con recién nacidos.
Entro con ella en una sala del pabellón de maternidad del hospital Robert-Debré de París. El primer sujeto de la mañana llega en una cuna rodante, con el papá a la zaga. Un ayudante de investigación coloca al bebé una suerte de gorro de natación tachonado de sensores. El plan es escanear su cerebro mientras se reproducen diversas secuencias de audio, como nu-ja-ga. Pero antes de que comience el experimento, el bebé emite un llanto agudo con el que nos hace saber que no piensa colaborar. Pronto llega otro recién nacido en su cunita, también acompañado del papá. El ayudante de Gervain sigue el mismo protocolo y esta vez la observación se lleva a cabo sin incidentes. El bebé duerme como un bendito.

Gervain y sus colegas ya habían utilizado un sistema parecido para averiguar hasta qué punto los recién nacidos discriminan patrones sonoros. Con espectroscopia de infrarrojo cercano, un método óptico de diagnóstico no invasivo, los investigadores escaneaban el cerebro de los bebés mientras estos oían distintas secuencias de audio. En algunas de ellas los sonidos se repetían según el patrón ABB, como mu-ba-ba; en otras la estructura era ABC, como mu-ba-ge. Se descubrió que las regiones cerebrales responsables del procesamiento del sonido y del habla mostraban mayor reacción ante las secuencias ABB. Un estudio posterior reveló que el cerebro del recién nacido también es capaz de distinguir entre secuencias AAB y secuencias ABB. Los bebés no solo perciben la repetición, sino que identifican en qué punto de la secuencia ocurre.

Gervain se muestra entusiasmada con los resultados porque el orden de los sonidos es la piedra angular sobre la cual se levanta el léxico y la gramática. «La información posicional es clave para el lenguaje –dice–. Que un elemento dado vaya al principio o al final del enunciado es crucial. “Juan pega a Pedro” no es lo mismo que “Pedro pega a Juan”.»

Que el cerebro del bebé responda desde su primer día de vida a la secuenciación de los sonidos sugiere que los algoritmos de la adquisición del lenguaje son parte del tejido neuronal con el que se nace. «Durante mucho tiempo preponderó una concepción lineal. Primero el bebé aprende sonidos, luego comprende palabras, más tarde conjuntos de palabras –dice Gervain–. Pero los últimos resultados nos indican que prácticamente todo comienza a desarrollarse desde el minuto uno. Los bebés empiezan a aprender reglas gramaticales desde el principio.»

Aprender con Amor 4

Morgan Barns, de cuatro años y afectada de autismo, juega en una cama elástica en su casa. Cuando no está saltando, a menudo se queda mucho rato con la mirada fija en un objeto. Foto: Lynn Johnson

En Leipzig, el equipo de investigación dirigido por Angela Friederici, neuropsicóloga del Instituto Max Planck de Ciencias Cognitivas y del Cerebro Humano, ha hallado pruebas de esa comprensión en un experimento que expone a bebés alemanes de cuatro meses a un idioma desconocido. Los pequeños oían primero una serie de frases en italiano que representaban dos tipos de construcciones: «El hermano sabe cantar» y «La hermana está cantando». Al cabo de tres minutos oían otra serie de frases en italiano, algunas de las cuales presentaban incorrecciones gramaticales del estilo «El hermano está cantar» y «La hermana sabe cantando». Durante esta fase del experimento los investigadores medían la actividad cerebral de los bebés con minúsculos electrodos colocados en el cuero cabelludo. En la primera ronda de experimentos los bebés mostraban parecidas reacciones cerebrales ante las frases correctas y las incorrectas. Tras varias rondas, sin embargo, exhibían patrones de activación muy distintos cuando oían construcciones erróneas.

Daba la impresión de que en solo 15 minutos los bebés habían asimilado qué estructuras eran correctas. «De algún modo tuvieron que aprenderlas, pese a no comprender el significado de las frases –me dice Friederici–. A estas alturas no hablamos de sintaxis, sino de regularidad codificada fonológicamente.»

Diversas investigaciones han demostrado que alrededor de los dos años y medio de edad los niños son capaces de corregir errores gramaticales cometidos por marionetas. Hacia los tres años la mayoría parece dominar un considerable número de reglas gramaticales. Su vocabulario aumenta a una velocidad de vértigo. Este florecimiento de la capacidad lingüística se produce a medida que se crean nuevas conexiones interneuronales, de modo que el discurso se puede procesar en diversos niveles: fonológico, semántico y sintáctico. La ciencia todavía no ha carto­grafiado la ruta exacta que sigue el cerebro del bebé en su viaje hacia la plena competencia lin­güística. Pero lo que está claro es que, en palabras de Friederici, «el equipo por sí mismo no es suficiente: se requiere la introducción de datos».

De camino a Leipzig para entrevistarme con Friederici reparo en una madre y su hijo que charlan en el aeropuerto de Múnich. Durante el vuelo, la mujer contesta todas las preguntas del niño mientras le lee un cuento tras otro, recurriendo a una reserva inagotable de entusiasmo. Cuando aterrizamos descubro que la madre, Merle Fairhurst, es una neurocientífica cognitiva que estudia el desarrollo infantil y la cognición social. No es de extrañar que ponga en práctica las revelaciones más recientes sobre el papel de la estimulación en el desarrollo cerebral.

Fuente:  National Geographic España