Test de integración sensorial ¡averigua!

Aprender con Amor I.

El cerebro infantil necesita Amor. Especialmente durante el primer año, todas y cada una de las experiencias que nos suceden y estimulo a los que nos someten son determinantes.

Si los estímulos que nos rodean, son además, presentados en un entorno propicio, por personas que nos quieren y son atractivos, placenteros o divertidos, el resultado es un potente y sólido Desarrollo; y no decimos rápido, sino sólido, es decir el nº de conexiones neuronales y su distribución será mayor y por tanto la base para el Aprendizaje será amplia y eficiente.

Así pues buena parte del Desarrollo Infantil, tiene su origen en ese primer año (y los 2 o 3 posteriores), y en el Amor y Pasión que consigamos movilizar en el entorno de los niños.

Quería presentaros un articulo de National Geographic y una maravillosas fotos que te dejan sin aliento, como es muy largo e impactante, lo he dividido en 4 bloques, que publicaremos de forma consecutiva.

DISFRUTAD¡¡¡… Gente Natural    

 

EL CEREBRO INFANTIL NECESITA AMOR PARA DESARROLLARSE.

Lo que nos sucede en nuestro primer año de vida es determinante…                                    

El Desarrollo está moldeado por la interacción entre Naturaleza (lo innato) y la Crianza (lo adquirido), que a su vez depende tanto de la Cantidad de estímulos como de la Calidad (el Amor, la Pasión y la Diversión), puesta en ellos.                                                                                                                            

En Natural Desarrollo Infantil tenemos muy presente estas nuevas evidencias, a la hora de preparar programas tanto de TEV( Terapia y Entrenamiento Visual), como de reeducación Auditiva. Por eso ante cualquier duda en el Desarrollo Visual, Auditivo o Motórico de vuestros niños, os recomendamos buscar de forma temprana, expertos en Desarrollo Infantil, que valoren desde una visión multisensorial y cognitiva el caso; por si fuese necesario un Programa de estimulación y desarrollo múltiple.

PARTE 1

A finales de la década de 1980, cuando la llamada epidemia de crack devastaba el tejido urbano estadounidense, Hallam Hurt, una neonatóloga de Filadelfia, se preocupaba por el daño infligido a los hijos de madres adictas. En el marco de un estudio sobre niños de familias desfavorecidas, Hurt y sus colegas compararon dos grupos de niños de cuatro años, unos que habían estado expuestos a la droga y otros que no. No hallaron diferencias significativas, pero descubrieron que el coeficiente intelectual de ambos grupos era muy inferior a la media. «Esos pequeños estaban para comérselos, pero presentaban un CI de 82 u 83, cuando la media es 100 –relata Hurt–. Nos dejó descolocados.»

En la UCI neonatal del Hospital Infantil de Texas en Houston, Lucas Guidry, de cinco meses, observa cómo su madre, Sydney (en el centro), sostiene un espejo. Los niños que nacen prematuros o con una enfermedad tienen riesgo de sufrir retrasos cognitivos. Foto: Lynn Johnson

En la UCI neonatal del Hospital Infantil de Texas en Houston, Lucas Guidry, de cinco meses, observa cómo su madre, Sydney (en el centro), sostiene un espejo. Los niños que nacen prematuros o con una enfermedad tienen riesgo de sufrir retrasos cognitivos.
Foto: Lynn Johnson

 

Aquella revelación hizo que los investigadores trasladaran su foco de atención. De centrarse en lo que diferenciaba a los dos grupos pasaron a concentrarse en lo que tenían en común: todos se criaban en la pobreza. Para comprender el entorno de aquellos niños, los investigadores visitaban sus hogares con un cuestionario. Preguntaban si los padres tenían en casa diez o más libros infantiles, un reproductor de música con canciones para ellos y juguetes que facilitasen el aprendizaje numérico. Tomaban nota de si los padres hablaban a sus hijos en un tono afectuoso, si dedicaban tiempo a responder sus preguntas, si los abrazaban, besaban y elogiaban.

Los investigadores descubrieron que los niños mejor atendidos y cuidados solían presentar un CI más alto. Los que recibían más estimulación cognitiva obtenían mejores resultados en tareas lingüísticas, y los que eran criados con más afecto destacaban en las tareas de memorización.

Años después, cuando ya eran adolescentes, los investigadores les hicieron resonancias magnéticas cerebrales y cotejaron los resultados con los datos recabados sobre el grado de afecto con que se desenvolvió su crianza a los cuatro y a los ocho años. Observaron que a los cuatro años ha­­bía una estrecha relación entre la crianza y el ta­­maño del hipocampo –área del cerebro asociada con la memoria–, pero no hallaron esa correlación a la edad de ocho años. Los resultados de­mostraban hasta qué punto es decisivo un entorno de apoyo emocional en la más tierna infancia.

Julien Inzodda da una clase sobre especias en su cocina de Pittsburgh para estimular a su hija de 20 meses, Allie. Es una ocasión lúdica para que la niña aprenda sobre colores, texturas y sabores. El condimento favorito de Allie es la salsa picante, que describe con un «pica, pica, pica». Foto: Lynn Johnson

Julien Inzodda da una clase sobre especias en su cocina de Pittsburgh para estimular a su hija de 20 meses, Allie. Es una ocasión lúdica para que la niña aprenda sobre colores, texturas y sabores. El condimento favorito de Allie es la salsa picante, que describe con un «pica, pica, pica».
Foto: Lynn Johnson

El estudio de Filadelfia, publicado en 2010, fue uno de los primeros en demostrar que la experiencia de la infancia conforma la estructura del cerebro en desarrollo. Desde entonces otros estudios han revelado la relación entre la situación socioeconómica de un bebé y su crecimiento cerebral. Aunque nace preconfigurado con unas capacidades asombrosas, el cerebro depende en gran medida de la aportación del entorno para avanzar en el proceso de configuración. Hoy la ciencia está descubriendo de qué manera ese desarrollo está moldeado por la interacción entre naturaleza (lo innato) y crianza (lo adquirido).

fuente:  National Geographic España